El hombre tropieza dos veces con la misma piedra, y si tiene
la oportunidad, cuatro o cinco veces, y sin pudor. Por fin hemos embarcado
anoche en el vuelo a Auckland. Y nada mas entrar me pongo delante de la
pantallita personal y empiezo a rebuscar la película mas chorra que pueda
agujerearme el cerebro. Es tarea difícil, porque, ya vengo medio agilipollado
del vuelo anterior. Pero creo que lo consigo con una peli de Will Smith y con
otra chorrez que a estas alturas ya he olvidado. Increíble la capacidad de la
mente de olvidar lo que nos hace daño.
Aterrizados ya en Auckland con una sensación de entre resaca
(porque algo de vino se bebió en el vuelo), jet-lag, déficit de cognitivo de
base y alguna que otra patología psiquiátrica que no voy a detallar, porque
esto se convierte rápidamente en un diario de Patricia, no me encontraba con
las mejores condiciones de recibir una Autocaravana, pero aún así, fuimos.
La Caravana nos la enseñó Logan. Un chiquito rubio, con
pinta de surfero, que una de cada 3 palabras era ‘cool’ seguido de un ‘thumps
up’, el cual reflejó en distintas ocasiones que todo su interés era acabar de
currar, pillar unas birras frías y buscar unas nenas. Nada de lo cual nos
interesaba en absoluto.
Supervivencia. Esa es la palabra que cruzó mi mente nada mas
ponerme al volante de la máquina asesina o también llamada Campervan. Y para
sobrevivir eran necesarios víveres. Así que nos lanzamos sobre el primer hiper
que encontramos para llenar la nevera.
Superados los primeros problemas de conducir por la
izquierda y del hecho de que la caravana es el doble de ancha que mi coche y el
triple de inestable, acabamos en la sección de niños donde me acaparé de
pañales para no cagarme encima en las horas siguientes de conducción.
La conducir por la izquierda me supero a los dos kilómetros.
En realidad me supero al kilometro y medio, pero me quise hacer el duro, y
conduje 500 metros mas antes de poner a llorar. Total que le dije a Luis que no
estaba ni mucho menos en condiciones de llegar a Auckland city, y nos quedamos
en un parque rodeado de patos y de la bahía a medio camino del aeropuerto y la
ciudad.
No me dio tiempo a abrir la primera botella de vino, que ya
estaba durmiendo.
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